Nunca llevé la cuenta de los días que pasamos. ¿Para qué torturarse en transcurrir de tiempos si al final permanece sólo lo que se vive? Un día y otro, apilados, tejieron los andamios en los abismos nuestros. Un abrazo infecundo o un beso desolado se atrevieron a veces a desafiar borrascas y cruzaron el puente. Nuestros días se forjaron de angustias. Trofeos de las batallas sanguinarias y abyectas con nuestros propios miedos.