Deglutes una gota de sangre.
Ahora afilas la daga en mi costado.
Tu sonrisa de refinado lobo
-en las trivialidades encubierta-
salta de tu perversidad.
¿Quién si no tú sería mi carnicero?
Tú
que una nube de glaciares mariposas
gestaste en mis entrañas.
El mismo que a mi pecho
sus terribles silencios anudara.
María Elena
copyright 2009