Dónde estabas cuando la noche habitó de signos mis silencios? El mar gemía pegado a la ventana. Su acuosa lengua socavó las raíces de la casa mientras tú, en indómitas olas cabalgando, huiste de mi playa. No tuve miedo. Aprendí a no temer la tempestad pero a veces es necesario preguntarse: ¿de qué sirve tener la piel de fuego si ha de apagarlo la húmeda soledad de la resaca?
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